“El perfume que estamos creando, ¿tiene nombre? ¿Cómo podríamos llamarlo? ¿Y dónde lo podremos distribuir?”
Estas preguntas surgieron a medida que fuimos avanzando en el proceso de creación de nuestro perfume. A priori fácil, pero entrañaba una respuesta compleja. Estábamos creando un producto, un perfume que hablara de Tres Barrios y de la personalidad del vecindario, que integrara los matices que se mezclan cada día en sus calles. Y debíamos darle un nombre, identificarlo y reconocerlo. Y además, debería materializar los matices olfativos que habíamos denotado en el taller de creación del perfume.
En la búsqueda de ese nombre que diera respuesta a las preguntas planteadas, la diseñadora Bea Pavón planteó un taller de naming proponiendo a los chicos y chicas de la Asociación Candelaria el reto de crear el nombre. Lo hicieron proyectando una serie de imágenes azarosas y aparentemente desconectadas del proceso: Los Girasoles de Van Gogh, una fotografía de golondrinas en pleno vuelo, planetas…Fotografías a priori sin sentido a las que luego sucedieron fotos del barrio. “¿Qué pintaban todas estas fotos y qué tenían que ver con nuestro perfume?”.
Aquí se activaba la parte creativa y emocional de cada uno de los y las participantes. Cada uno tuvo que escribir en un post it una palabra que definiera aquello que le sugiriera esa foto, y pegarlo en la pizarra. Se fue creando un mapa de palabras, que leímos en voz alta. Luego escogimos aquellas que al grupo les parecieron más interesantes, más sugerentes y, poco a poco, como si se filtraran a través de un embudo, se fueron quedando las que más consenso generaron: Nido. Vuelo. Amate. Jardines.
De estas cuatro elegidas quedaba por hacer una última selección. ¿Cómo llamaremos al perfume? “Pues… si ya tenemos el nombre: ‘Jardines en el aire’. Y aquí se resume todo: los pájaros, los nidos, sus vuelos, el jardín, las plantas que cultivamos…”. Y así quedó. Ya teníamos nombre del perfume. Lo habíamos tenido desde el principio y ahora, después de este proceso de brainwraiting, lo vimos claro.
A partir de aquí, y con el bagaje de los talleres que se celebraron en julio, Bea Pavón, junto con Antonio Bonilla continuaron destilando toda esta información y creando las cajas en las que guardar los tarros de perfume. Seguirían el mismo patrón que las mashrabiyas que contienen los jardines verticales: una tipografía específica, un patrón que se repite, una forma similar a los cajones de nuestros jardines. Nuestro perfume, ya estaba listo para ser regalado a todos aquellos micromecenas que quieran dar continuidad a todo lo que estamos creando: un proceso de aprendizaje diferente desde la cultura y el arte, un acercamiento al entorno desde la diversidad ecológica, una forma diferente de crear integrando todos los sentidos y de mejorar, con el aporte individual, la vida en comunidad.