Los jardines del Casino de la Exposición, fueron el escenario del encuentro ‘Paisajes circulares’ la primera de las actividades de la segunda edición de ‘Jardines en el aire’. La jornada congregó a más de medio centenar de creadores, vinculados o interesados en proyectos de renaturalización urbana a través de procesos de arte y ciencia ciudadana desarrollados junto a comunidades locales.
‘Paisajes circulares’ parte en cierto modo, como señaló en la introducción Sergio Rodríguez (Nomad Garden, comisarios de ‘Jardines en el aire’), de la inspiración que supuso la lectura de Lo-Tek de Julia Watson. En esta obra Watson reivindica el conocimiento ecológico tradicional (Traditional Ecological Knowledge, por sus siglas en inglés) entendido como “un conjunto de conocimientos, prácticas y creencias multigeneracionales que contrarresta el prejuicio de que las innovaciones indígenas son primitivas y ajenas a la idea misma de tecnología”.
De ‘Lo-Tek’, explicaba Sergio Rodríguez, pueden extraerse cuatro principios que podrían presentarse como secuencia: el interés de las comunidades tradicionales por los recursos y los materiales que les ofrece el medio; las prácticas comunitarias de cuidados del entorno; las instituciones con las que operan sobre el territorio y la utilización de los ritos para transmitir esas alianzas entre los recursos y la sociedad. Alrededor de estos principios, se organizaron cada una de las cuatro mesas de diálogo que constituyeron el encuentro.
Entrada la mañana - más de final de verano que de otoño temprano- en la magnífica explanada de entrada del Casino, comenzaba la primera sesión centrada en los recursos. En ella participaban Estelle Jullian (arquitecta vinculada a prácticas que abordan la ecología, la participación o el arte), Mónica Gutiérrez (Basurama) y Lilian Weikert (La Plasita), que actuó de moderadora de la conversación.
El diálogo se inició partiendo de la dificultad que entraña centrarse en uno solo de los items, como señaló Lilian Weikert, “dado que son intercambiables”.
A partir de ahí, las participantes presentaron algunos de los proyectos en los que trabajan y que están relacionados con la gestión de recursos.
La primera en intervenir fue Estelle Jullian, que insistió en que la fuerza de estas iniciativas es el trabajo colectivo entre diferentes comunidades. “Todas las propuestas están relacionadas con otros saberes. Cada una es una manera de abrir un campo de reflexión y de buscar nuevas conexiones o maneras de pensar”, indicó. Jullian presentó “Make you rice never burn”, un proyecto de investigación y diseño en torno a la fabricación y la instalación colaborativa de dispositivos de protección dunar, realizados a partir de cuerda y del tejido de paja de arroz, así como de biomateriales de la zona de la Camarga. La iniciativa ha sido desarrollada en el marco del Atelier LUMA- un programa del complejo museístico LUMA Arles- muy vinculado con su entorno geográfico y cultural: la Camarga, los Alpilles y Crau.
Estelle Jullian explicó que la paja de arroz es un residuo agrícola que es necesario quemar porque puede contaminar la tierra. El problema es que su quema también es muy contaminante. “Make you rice never burn” busca su reutilización, integrándolo en un proceso de cuidado de la costa.
Tras su intervención, tomó la palabra Mónica Gutiérrez, de Basurama. Un colectivo dedicado a la investigación, creación y producción cultural y medioambiental, que ha centrado su área de estudio y actuación en los procesos productivos, la generación de desechos que éstos implican y las posibilidades creativas que suscitan.
Mónica Gutiérrez, explicó que los recursos se entienden normalmente por el uso que se hace de ellos. En sus prácticas, Basurama reinterpreta lo que se considera basura para darle un nuevo uso y, por tanto, un nuevo significado. Y lo hacen desde una perspectiva artística “porque eso nos permite trabajar con otras personas, más que si lo hiciéramos solo desde una perspectiva técnica”.
Esa posibilidad de continuar la vida de un objeto con otro uso, trajo a colación la idea de ciclo de vida, de circularidad. Algo que se hace patente en el proyecto de reutilización de la paja de arroz que presentó Estelle Jullian, que se desarrolla de manera cíclica a lo largo del año. “Cada estación requiere de diferentes actuaciones, desde la cosecha hasta la instalación de los dispositivos en verano”. Jullian insistió en el valor de “volver a hacer, de aprender de lo que hiciste el año anterior, de mejorarlo, como cuando se pintaban las casas todos los veranos. Mantener el cuidado en el tiempo”.
Por su parte, Mónica Gutiérrez señaló la dificultad de aplicar la circularidad en los residuos cuando el diseño de las ciudades y el funcionamiento de las mismas está basado en la idea de desecho, de basura. Puso el ejemplo de la ciudad de Madrid tras Filomena, cuando cayeron numerosos árboles y en vez de utilizarlos para plantar en escuelas, los llevaron a vertederos. En este sentido, Lilian Weikert, en cuyo colectivo La Plasita la alimentación tiene un papel central, añadió que esta dificultad para dar otros usos a lo que se cataloga como basura, es evidente con los alimentos “No se pueden reciclar como alimentación y los sistemas de compostaje no están introducidos en la mayoría de las ciudades”.
Tras este análisis, la moderadora preguntó por la recepción de sus propuestas en las comunidades con las que trabajan. A este respecto, Estelle Jullian, con el caso concreto de la paja de arroz, explicó que al proponer a los arroceros solucionar el problema que les genera este residuo - cuya quema es ilegal y puede suponerles una multa- su reacción es positiva. Sin embargo, la escala de acción del proyecto es demasiado pequeña para la cantidad de paja de arroz que se produce. “No es una solución absoluta a su problema, pero se abren puertas de reflexión para el uso de este desecho”.
Las dificultades normativas que presentan las ciudades para la reutilización de los residuos, fue otro de los temas del debate. Mónica Gutiérrez describió los obstáculos legales con los que se encuentran para poder reutilizar materiales que el sistema ya considera basura. Por ese motivo, en Basurama es fundamental el trabajo con la norma. El colectivo ha presentado alegaciones en Madrid a la normativa municipal de residuos (para lograr una denominación intermedia en los objetos antes de calificarlos como basura), a la de mobiliario urbano (para que se adapte a cada vecindario) o a la relacionada con la infancia (para redefinir la idea de patios a través de procesos participativos).
Siguiendo con lo normativo, Lilian Weikert recordó que lo que no está regulado no existe para la institución, por tanto, no tiene presupuesto ni atención.
El siguiente punto del debate giró en torno a la organización de redes a través de estos proyectos. Más allá de una buena acogida ¿funciona el arte “como mediador y abridor de miradas y mentes”, de compartir recursos y conocimientos con los colectivos con los que se trabaja?
Para responder a esta cuestión, Estelle Jullian, puso como ejemplo Imagina Madrid un programa de arte público y comunitario, coordinado por Intermediæ-Matadero, que explora nuevas formas de intervención en el espacio urbano a través de procesos de creación colectiva entre la ciudadanía y el tejido artístico. Jullian insistió en que, el recurso principal en estas intervenciones es la creación de líneas de conexión entre especialistas que “dibujan algo que no podíamos imaginar”. Sin embargo, continuó Estelle Jullian, “me molesta la idea de ser el centro, de organizar nosotras la acción, de ser gestoras”. Lo ideal sería que esos vínculos se establecieran de manera orgánica, sin intermediarios. “Que puedan surgir sin que alguien venga con una subvención a crearlos”.
Una afirmación que completó Mónica Gutiérrez, señalando la inexistencia de contextos en los que pueda ocurrir ese vínculo y la falta de estrategias por parte de las instituciones que favorezcan una producción cultural, en la que se mezclen distintas áreas y se generen saberes. “El problema”, añadió Lilian Weikert, “no solo es que no se promueva, sino que se obstaculice”.
Hacia el final del diálogo, todas coincidían en la importancia del proceso en sí. De los encuentros, de los aprendizajes. “Hay que hacer las cosas mal, porque si no nunca se van a hacer bien”, afirmó Mónica Gutiérrez “y hay que generar esos marcos que posibiliten el diálogo con las comunidades de manera horizontal”. Es importante hacer visible ese conocimiento invisible de la gente que en sí mismo es un recurso: energía, conexiones, cuidados. Lo importante es vincular entre sí todos los saberes.
Una reflexión que propició las primeras intervenciones del resto de participantes ¿Se aprenden técnicas y saberes de esas comunidades con las que se trabaja? ¿Hay un cambio de mirada por nuestra parte? La respuesta depende del proyecto. En las comunidades de arroceros con las que trabaja Estelle Jullian no es fácil, porque realmente no saben que hacer con los residuos. Para las propuestas de Basurama es diferente. En todas sus acciones, indicó Mónica Gutiérrez, todos los participantes ponen en práctica un conocimiento propio, que ellos reinterpretan posteriormente.
El debate prosiguió con una reflexión sobre el consumo y la capacidad de producción del ser humano. Estelle Jullian aludió a una idea muy certera, que evidencia que lo único que producimos los humanos es abono. “Transformamos, combinamos, desplazamos...pero no producimos”. “Las ciudades son solo un espacio de consumo”, señaló Mónica Gutiérrez, “tampoco se produce”.
Hay que reducir el consumo, reutilizar. Pero, como recordaron en otra de las intervenciones, reutilizar entra en conflicto con el capitalismo y con las políticas urbanas, que en teoría asumen una crisis climática, pero en la práctica ponen en marcha políticas encaminadas hacia el crecimiento.
Mónica Gutiérrez, insistió en esta contradicción, entre una sociedad que nos educa para consumir desaforadamente y la necesidad de reducir esa dinámica para salvar el planeta. El nivel de consumo de nuestras sociedades genera un porcentaje altísimo de desechos. “La basura nos va a comer”, afirmó Gutiérrez, que recordó que la normativa europea exige que de aquí a 2030, no debe ir al vertedero más del 10% de los desechos de las ciudades. Sin embargo, en Madrid, a día de hoy está en el 45%. “Solo es posible llegar a esa cifra si se deja de consumir”.
El diálogo continuó con la reflexión sobre la necesidad o no de que esa gestión de los recursos esté reglada por la institución. La falta de normas propicia un estado de libertad, pero a la vez da ventaja al más fuerte.
Ante eso, se pusieron en valor actividades de colectivos que actúan fuera de la norma, pero cuya función es esencial en el sostenimiento de la vida de las ciudades. Los cartoneros, recordó Mónica Gutiérrez, deberían integrarse en el diseño de las ciudades y la gestión de recursos. O el caso de los zabbaleen en El Cairo. Un grupo de cristianos coptos que recogen y gestionan la basura en la capital egipcia desde hace más de 50 años.
“El esfuerzo no está solo en producir una técnica” indicó, Sergio Rodríguez, “sino en que existan personas o colectivos capaces de gestionar esos cuidados”. A veces es tan sencillo como mirar tradiciones mucho más sostenibles que se llevaban a cabo en el campo hace años, como recordó Estelle Jullian: “En Valencia los propios campesinos recogían los residuos orgánicos y los llevaban a sus huertas”.
“Hay que buscar esos posibles ejemplos que nos permitan esa ciudad en la que se integren también animales y otro tipo de saberes y cuidados”, finalizó Mónica Gutiérrez.
Tras este debate tan fructífero, y bajo un sol que ya calentaba, la jornada se desplazó a los jardines. Bajo los árboles y alrededor de una mesa con dulces comenzó la segunda sesión.
Redacción: Surnames Narradores Transmedia (Mar Pino)