0. “La vida en el centro”.
“Para evitar las desigualdades hay que poner la vida en el centro” (premisa importante de la economía feminista)
Para el que lo conoce, el huerto del rey moro es un lugar que causa asombro. En pleno corazón de la ciudad hace gala de algo que ha sido negado históricamente en las ciudades: la autogestión del espacio urbano. Posee una comunidad amplia y con fuerte sentido de la co-responsabilidad de las propias vidas (es compartida porque de algún modo Papá estado siempre está ahí).
Este espacio no edificado permite instantes-encuentro entre las personas y la naturaleza. La idea principal es subrayar este encuentro.
Hoy día estamos necesitados de devolver a la naturaleza al plano consciente. Toda persona internamente debe sentir la importancia de la misma, la necesidad de la misma. El silencio de la naturaleza nos repara, almas rotas de una sociedad vertiginosa y perdida.
La instalación procura evidenciar este idilio entre naturaleza y ser humano. Un idilio que no es forzado, que de por sí se ha dado y se da, de manera espontánea, desde siempre y en todas las culturas.
Estamos en una nueva era a todos los niveles y es el momento de reflotar el barco hundido de nuestra relación intima con la naturaleza. Somos naturaleza. Este barco fue hundido por máquinas, siendo la razón la más grande entre ellas (racionalismo, mecanicismo, positivismo, y sobre todo detrás de todo ello los intereses capitalistas que hoy cabalgan desbocados).
Poner la vida en el centro, más allá de la gentrificación, es apostar por la naturaleza, por la contemplación y el misterio que hay detrás de observar una planta.
Vivimos creyendo en certezas, ideas que hacen la vida (y da casi risa) más sostenible, pero en verdad no sabemos nada y ni siquiera dejamos que esta evidencia se haga clara, para que al menos arroje algo de luz a esta aventura que llamamos vida.
Los niños de la imagen sostienen unos farolillos adentrándose en la espesura del bosque rodeados por la inmensa oscuridad de lo desconocido. No se me ocurre mejor metáfora de lo que es la vida misma: un viaje solitario, temeroso, lleno de sobresaltos, amenazante pero al mismo tiempo, hasta donde abarca la luz del farol, eso que se nos enfrenta, eso que vemos y sentimos, eso que se nos pone delante…todo eso… se ilumina y nos muestra la maravilla.
1. Una persona, una luz.
Este encuentro será también un encuentro de luces. Cada persona portará un farol iluminado con velas ecológicas de cera de soja. En los laterales de esos farolillos se ha tallado una hoja de las distintas especies de plantas medicinales que existen en el huerto. Hay mucho que sanar aún.
Una persona, una luz. Una persona, una hoja. Juntas todas estas hojas suman una luz mayor. El árbol, los árboles son la suma.
Así veremos, multitud de hojas iluminadas moverse y reagruparse y colgadas formar árboles.
Por otro lado nos adentraremos en un viaje, un viaje-visita guiado por dos peregrinos que irán descubriendo los rincones del huerto del rey moro. En este paseo nos iremos situando, siempre hasta donde la luz del farolillo y la suma de los mismos nos alcance. Tesoros y maravillas del propio huerto, se irán iluminando a nuestro paso. Alrededor: la espesura de las oscuridad nocturna ahuyentada por la luz de las velas .
No revelamos aquí que maravillas son esas pero sí adelantamos que son frutos de la tierra, de la misma madre tierra a la que pertenecemos.
Una comida tras este paseo-descubrimiento nos dará el lugar de llegada. Comer como acto repetitivo siempre nuevo.
El día 23 de diciembre os esperamos al caer la noche, cuando la espesura se nos eche encima.
Fdo. Darío Mateo e Hisbelia.